Linea Nacional

jueves, 18 de noviembre de 2010

Sobre la militancia y la juventud

Estrategias de la lucha por la liberación nacional y la justicia social (Fragmentos)

Por Arturo Jauretche

 

       “Creo que se atribuye a Mirabeau una frase que ha hecho carrera: “La Revolución es como Saturno que devora a sus hijos”. La frase es bella pero inexacta: La Revolución devora a sus padres, los precursores.

       Los precursores de toda Revolución, pese a sus divergencias con el sistema que combaten,  son hijos de su época y, como tales, no pueden desafiliarse totalmente de ella; de sus escalas de valores, su estilo, su estética y su ética. Ocurre que cuando el hecho revolucionario se produce, a la par de los frutos esperados aparecen otros menores y sorprendentes. El viejo revolucionario se encuentra enfrentando ha hechos que no estaban en sus previsiones; vuélvese díscolo, y termina por ser sustituido por promociones nuevas que se adecuan más fácilmente al intervalo penumbroso que hay entre la perención de los viejos “modos” y la definición de los nuevos. Es hora de audaces e improvisadores; entre éstos los hay de buena fe y los que sólo son pescadores de río revuelto y desaprensivos aprovechadores. Las nuevas condiciones que derogan el orden habitual del mérito y la fortuna, están llenos de sorpresas.

       La revolución, así sea pacífica, no es como la inauguración de una casa bien pintada y con jardín al frente. Por el contrario, está terminado el comedor y falta el cuarto de baño, la mezcla anda derramada por el suelo y se choca en todas partes con baldes y escaleras; es el momento en que el viejo revolucionario empieza a preguntarse si no era mejor la casa vieja  que con todos sus defectos respondía a los hábitos adquiridos. Es aquí donde el viejo revolucionario debe recurrir a la filosofía y a sus conocimientos de la historia, para resignarse a ser un espectador donde creyó ser un actor de primera fila.

       Su actitud de ese momento es la prueba de fuego; ella nos dice si el luchador estaba en lo profundo de los acontecimientos que reclamaba o sólo en lo superficial, pues debe resignarse al drama del silencio, tironeando entre lo que ve que anda mal, y el mal que hará al proceso que contribuyó a crear si lo combate, pues pronto es arrastrado a la posición de sus adversarios irreductibles. Error éste irreparable, por que una cosa son las criticas a las imperfecciones del proceso y otra el plan revanchista de los vencidos por la historia. En ese momento está en riesgo de negarse a sí mismo y convertirse en instrumento de la contrarrevolución antinacional, como ha sucedido a muchos en la reciente ocasión.

 

       Digo con esto que mi conciencia sobre la clave de los problemas de nuestro país, como las de todos de mi generación que la han tenido, tuvo que hacerse por propia experiencia, en correcciones constantes y en modestos aprendizajes de todos los días; y es cierto, además, que hemos aprendido de los simples y humildes mucho más que de los infatuados y poderosos. Esa conciencia me puso al servicio de la liberación de mi país, causa que no e abandonado nunca, y a la que serví en el libro, en la prensa, en la acción política y con las armas en la mano, con muchos más exilios y prisiones que momentos fáciles en los 35 años que llevo de militancia.[1] De tal manera mi actuación en la política militante no ha estado regida por la adhesión a hombre alguno ni a ninguna estructura partidaria, sino en la medida que éstos han sido instrumentos de esa causa. Eso sí, no e tenido el prurito de la perfección, ese narcisismo de los teorizadores que los inhibe de la acción por no contaminarse con los errores de los partidos: el deber político de un luchador es servir las grandes líneas de su pensamiento, despreciando lo incidental y aceptando las consecuencias inevitables de toda acción constructiva. Es así como en cada etapa de la vida nacional he combatido por quien o quienes eran más capaces de acercarse concretamente a la realización de la empresa, sin buscar pelos en la leche y exigir perfecciones imposibles.(...)

       Con esto quiero dejar establecido que puedo tratar estos temas por encima de la posición de hombre de partido, sin negar el mío, que lo tengo y lo reivindico con orgullo, evitando las militancias cortas, para ver el país desde una perspectiva general. Desde esa perspectiva se percibe claramente que existe un movimiento nacional mucho más amplio que las designaciones partidarias, que establecen diferencias de matiz y programáticas, pero que presuponen el supuesto básico de un pensamiento fundamental común. Este es el movimiento de lo nacional, opuesto a la extranjería; el que cree en una Argentina con destino propio y soluciones propias en lo económico y en lo social, con todas sus implicancias culturales y políticas. Movimiento que abarca al grueso de la población argentina, en algunos de cuyos sectores predomina la preocupación por lo social, como en otros la preocupación por lo político o lo nacional, pero conteniendo, todos en común, un mínimo programa de soberanía política, de liberación económica y de justicia social, como demandas inseparables del ser argentino. Este movimiento, predominando en unos sectores los elementos de clase media y burguesía y en otros la base proletaria, constituye en su conjunto la reserva defensiva del país y la parte infinitamente más numerosa de la ciudadanía.


         “El movimiento de 1945 reunía las condiciones ideales de un movimiento de liberación nacional. La lucha por la emancipación y la justicia social no la pueden hacer por separado las distintas clases sociales. Más aún, el enfrentamiento de las clases es una de las técnicas más eficazmente usada por la política británica, como enfrentó a musulmanes y brahmanes en la India, y ahora en Chipre a turcos y griegos. Y esta ha sido la colaboración permanente de un tipo de político y escritor “izquierdista” que hemos venido señalando. La revolución proletaria como instrumento de la realización nacional hace mucho que fue abandonada por todos los movimientos nacionales. Es un tema agotado en la estrategia de esa lucha  y bastará recordar la vieja polémica entre apristas y comunistas, en el Perú, y comprobar cómo estos últimos han abandonado su posición de entonces en cuanto las exigencias concretas de la realidad han demandado una acción eficaz. Pretender instrumentar la lucha nacional en ese planteo es una puerilidad de tipo anarcoide.(...)
       El programa del movimiento fue, entonces, como lo es ahora, establecer la justicia social en progresión ascendente con el desarrollo económico logrado a medida que la liberación nacional va creando las condiciones de producción y distribución de la riqueza impedidas en nuestro país por los factores antiprogresistas de la estructura imperial. Es decir, lograr los más altos niveles sociales dentro del mundo a que pertenecemos, tal como las condiciones nacionales lo permiten en cuanto se remueven los obstáculos a nuestro desarrollo y dirigir los beneficios de ese progreso en el sentido de la sociedad y no solamente de los individuos colocados en situación privilegiada. 


[1] La primera edición de este libro es de 1957.

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